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Escuela laica y más...

La escuela de un Estado aconfesional

Por Begoña

 

Vivimos en un estado aconfesional. Eso dice la Constitución española. Eso significa que vivimos en un estado en el que se garantiza el derecho a profesar la religión que cada cual considere y el derecho a no tener ninguna religión. 

Hasta aquí todo correcto. Coherente con el respeto a la diversidad de credo y pensamiento en una sociedad moderna, desarrollada, democrática y plural. Coherente también con el derecho de padres y madres a educar a sus hijos e hijas bajo los preceptos de la religión que practican, si es el caso, o en la ausencia de creencias religiosas si ese es su caso. 

Claro que en el caso de estos niños y niñas ya no están tan claros sus derechos. Están obligados por ley a ir a la escuela desde los tres años, para desarrollar competencias, destrezas y habilidades que les permitan convivir e integrarse adecuadamente en la sociedad en la que viven. Esto responde, coherentemente, a su derecho a recibir una educación integral y al deber del Estado de proporcionársela.  

Sin embargo, en un exceso por parte de la administración del Estado en el ejercicio de sus deberes, estos niños y niñas se ven obligados a elegir desde los tres años entre aprender una doctrina religiosa o asistir a una asignatura que tan sólo se plantea como alternativa a esa doctrina. 

En una sociedad plural y multicultural como la actual, la Administración del Estado se está esmerando en intentar que la oferta de clases de religión no sea discriminatoria entre creyentes (no así respecto a quienes no lo son) y responda a casi todo tipo de religiones. Claro que en la realidad, este ofrecimiento se basa en una única obligación contraída cuando España era un estado confesional católico y falto de derechos y libertades. Una obligación que después de tres décadas de democracia todavía no se han atrevido a eliminar.  

Y mientras tanto, en las escuelas el alumnado se clasifica en función de las creencias de sus familias. Dos horas a la semana, en el horario lectivo, se parte la clase, como mínimo, en dos. A veces tienen suerte y los dos grupos tienen un número parecido, por lo que para las criaturas no supone un sufrimiento este reparto. En otros casos la situación es más peliaguda y son un número minoritario quienes salen del aula para cursar “alternativa”. Es difícil que comprendan por qué son marginados de su aula, señalados como diferentes sin sentirlo, obligados a pasar ese tiempo dibujando, leyendo o estudiando, y requiere un gran esfuerzo de sus padres explicarles la razón y que la acepten como un hecho natural sin consecuencias. 

Claro que es un hecho que siempre tiene consecuencias. La llamada alternativa de la religión es una asignatura sin contenidos posibles, que requiere grandes dosis de imaginación en el profesorado que la imparte y la asunción de un cierto riesgo para soslayar la ley. Porque resulta que en esta llamada asignatura no se pueden incluir contenidos reales. No pueden dar nada que sea curricular y, ¿qué no lo es hoy en día? Si la escuela tiene como objetivo promover el desarrollo integral de su alumnado, todo lo que lo favorezca es curricular. ¿Qué les queda, pues, a los sufridores de la alternativa? O tienen suerte y sus profes se la juegan, haciendo actividades para el desarrollo de la inteligencia emocional por ejemplo, o pueden cruzarse de brazos ¡dos horas a la semana! 

Y todo esto ocurre porque, se supone, se están respetando los derechos de todos. ¿De quienes? Fundamentalmente de aquellos católicos que consideran su religión como la garante de la moralidad y los valores sociales, sus valores, que consideran universales. Desde esa consideración se creen en el derecho de que a sus hijos los adoctrine la escuela. Quizás porque es más cómodo que llevarles por la tarde o los fines de semana a la parroquia. Y desde esa consideración son incapaces de entender que hay otras personas, creyentes o no, que ven más coherente mantener la formación religiosa –o su ausencia- en el ámbito privado de su casa o en el del centro al que acuden para orar. Que respetan los derechos de todo el mundo sin intentar que prevalezca el suyo por encima. Que comprenden que no pueden discriminar a un grupo de niños y niñas en su propia escuela por el hecho de que sus padres y madres no quieran que reciban adoctrinamiento cristiano en el aula.  

Claro que mientras la Administración del Estado no se atreva a asumir su responsabilidad y siga bajo el poder de la iglesia católica en este campo, poco o nada podremos hacer. Sólo elevar nuestra voz cargada de razones, con la esperanza de que cada vez sean más las voces serenas, razonables y respetuosas las que pidan que España ejerza de lo que presume en su Constitución, de Estado aconfesional que promueve la libertad de todas las creencias en igualdad.  Y eso sólo será posible el día que sus escuelas sean aconfesionales, respetando todas las creencias en igualdad. 

Ese día no habrá clases de ninguna religión ni alternativa en el horario lectivo de nuestras escuelas. Quizás haya alguna en horario extraescolar, como una actividad más ofrecida en los colegios públicos, haciendo uso de unos espacios que son de todos, pero en un horario voluntario compatible con clases de yoga, fútbol o rock and roll. ¿Llegará ese día? ¿O viviremos una vulneración de derechos “hasta la eternidad”?

 

4 comentarios

jufese -

Si que es un royo lo del lenguage no sexista pero cuando el dedo señala a la luna hay que mirar la luna.
Os olvidais de que ya no hay nada que elegir. Exactamente, religión o nada. Ya no existe ética (no querriamos dejar faltos de ética a los que estudian religión) ahora solo queda perder el tiempo. Como mucho hacer actividades extraescolares durante el horario lectivo.

begolña -

Pues sí, es engorroso escribir así y la verdad es que intento buscar neutros, pero es tan difícil... Suelo escribir en masculino como neutro (así de tendenciosa es nuestra lengua), pero para no ofender a quien le parece mal, intento poner los dos géneros. ¡Imposible acertar!

En cuanto a ser o no discriminado, no es cuestión desentimientos, sino de realidad. Yo también hice esa alternativa, a la que llamaban ética, pero tenía más de catorce años y por tanto podía elegir y comprender. Con tres o cuatro años la cosa es muy distinta.


fredi -

Básicamente estoy de acuerdo contigo, pero creo que somos los mayores los que les buscamos tres pies al gato. Cuando yo estudiaba tambien existia una alternativa a religión y la gente que salia a dar etica ni se sentia discriminada ni se le discriminaba. Creo que todo tiene cabida.
Por cierto se me hace engorroso esa retorica forma de escribir en el que se esta todas las veces diferenciando entre niños y niñas, padres y madres, chicos y chicas. Si lees la carta que has escrito comprobaras que te falta diferenciar el sexo en algunas frases. Por cierto te falta poner lo de tutores y tutoras.

jufese -

Begoña, tu exposición es de una claridad mediriana. Ahora falta saber que podemos hacer las personas que pensamos como tú.
Por mi parte yo propondría que en el último Consejo Escolar del curso los representantes de padres propusieran a votación una resolución en la que se pidiese a la Consejería de Educación una solución para el próximo curso. Se podría involucrar a Fapar en esta iniciativa